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La frontera se ha convertido en uno de los espacios que definen la vida contemporánea. Pasar de un país a otro, como turista, como invitado, como refugiado, como mercadería, como inmigrante legal o ilegal es un ritual que expande el estricto concepto geopolítico de tránsitos y migraciones hasta uno más figurado y metafórico de mutaciones identitarias, pues la frontera al mismo tiempo es realidad y es metáfora. Cruzar, traficar, mutar, moverse, son verbos que se conjugan todos los días en la vida de distintas personas para dar cuenta de situaciones que las ponen al borde, precisamente, de un límite, tanto en entornos rurales o periféricos como en entornos urbanos. Puede ser el paso obligado para la interacción o también un espacio estancado que desemboca en la necesidad de encerrarse en un gueto, o en la tierra de nadie.